FOTO ARCHIVO. René Heidegger con el número de los campeones antes de entrar en acción.
Tuve el privilegio de ver competir a René Heidegger en diferentes circuitos, de Rafaela y de la zona. Este 20 de junio, a 47 años de su trágica partida, mientras competía en la ciudad de Santa Fe, estoy convencido que todos los que admiramos su incomparable talento y tremendo coraje, seguimos teniendo grabadas las imágenes de su estilo único y temerario.
Cómo no recordarlo en el fondo de una grilla cualquiera, el lugar que ocupaba por voluntad propia y con una picardía que no disimulaba. Era, alguna vez me lo reconoció, su estrategia para devolverle al público todo lo que de él recibía cada vez que se subía a una moto para exhibir su notable destreza.
El óvalo del Club Atlético 9 de Julio de Rafaela fue testigo de innumerables hazañas del "Petiso", que se lucía ante una tribuna de cemento que trepidaba por los aplausos que enrojecían las manos de los fanáticos.
La iluminación, que bajaba desde las robustas torres y el tejido que ponía límites a los excesos, le otorgaban al espectáculo un marco que solo pódía exhibir el “ovalo infernal”.
No era casualidad que la gente ocupara todas las comodidades disponibles para acompañar a su ídolo. Ese gran equilibrista de figura retacona que siempre le garantizaba, con su arrojo, la devolución de la entrada.
Era una suerte de jinete que dominaba con asombrosa capacidad a ese caballo mecánico que no dejaba de corcovear, pero que habitualmente se rendía ante un hombre que desafiaba todos los principios de la física sobre esas dos ruedas que muy pocas veces lograron ganarle la pulseada.
Pero ese viernes 20 de junio de 1975, René Fernando Heidegger se trasladó a Santa Fe, en un viaje sin regreso. El "Alemán" nacido en la localidad de Presidente Roca, pasó a la inmortalidad y se transformó en leyenda, en el momento menos pensado y cuando su imbatibilidad todavía no era amenazaba por sus rivales de siempre, ni tampoco por las jóvenes promesas.
FOTO ARCHIVO. Sosteniendo un trofeo con Amoroso y acompañado por Gatti, Bustos, Fernández y Darder.
Fui uno de los primeros en tomar conocimiento de una noticia que nunca hubiese querido recibir y a la que intenté restarle credibilidad, en una reacción que tuvo mucho de irracionalidad, pero en apenas un puñado de segundos, la realidad me terminó golpeando con extrema dureza.
Alberto Rigoni, desde la capital provincial, me la transmitió por vía telefónica, cuando atendí en el control de LT28 Radio Rafaela, poco antes de comenzar la tira diaria de "Deportes en Relieve".
"Beto", con la voz entrecortada, me dijo: "Por favor, llamámelo a Leonelo (Belleze), para que le comente". Fui testigo de ese contacto, obviamente, sin habérselo anticipado a mi maestro periodístico. La reacción fue la misma que poco antes había experimentado yo mismo. "No te puedo creer", fue lo primero que se le ocurrió expresar al mayor referente que tuvo a lo largo de sus más de cincuenta y dos años de historia la radiofonía de la Perla del Oeste.
Claro, era imposible pensar que René Heidegger no haya podido controlar a una máquina con la que estaba virtualmente hermanado. Esa tarde, sin embargo, había un atenuante. Ese medio era demasiado inestable en el pavimento del trazado santafesino y hasta se mencionó, aquella vez, que sus colaboradores más estrechos, le sugirieron que no largara.
Su voluntad no entendió ningún tipo de recomendaciones. La caída, no obstante, pudo haber sido una de las tantas a las que se exponen quienes practican una actividad de riesgo. Pero esa tarde, la fortuna, que tantas veces le sonrió, no estuvo de su lado. Heidegger salió despedido luego de encontrar un cordón en su desafortunada maniobra y su cabeza terminó golpeando contra un letrero identificatorio del Club Regatas.
El posterior traslado al Sanatorio Rivadavia respondió a una cuestión de protocolo. Las gravísimas heridas recibidas en el accidente fueron irreversibles y esa tarde fría de junio se apagó la vida del piloto más completo en óvalos de tierra. Al día siguiente, la lluvia acompañó el cortejo, encabezado por varios de sus colegas, que con el tronar de los escapes de sus motos, le pusieron a la caravana una música conmovedora, que seguramente él hubiese deseado escuchar en su despedida de este mundo.
Víctor Hugo Fux (Editor periodístico de “Fierros Calientes”).